
Cuando permitimos que el amor entre a nuestras vidas nos arriesgamos a ser más infelices que cuando este aún no existía. A medida que este va entrando en nuestro cuerpo, las sensaciones van cambiando. Primero nos sentimos en el cielo y cuando pasa a través del corazón nos deja sin aliento. Pero lo peor es cuando nos llega al cerebro, ahí nos hace sentir ser parte del infierno.
Cuando el amor nos llega por sorpresa, ese es otro cuento. El golpe de una bala se queda corto al compararlo con el amor fugaz de algún ser ingenuo.
Más vale enamorarse de alguien que valga la pena, alguien a quien no le moleste abrir la chequera. Esa persona que en todo te complasca, aunque sólo lo veas en la mañana.
Prefiere esto antes de tener un amor verdadero, aquel de película, de cuantos de hadas y príncipes de revistas que sólo existen en nuestros sueños.
Este es el amor que más se sufre. El amor que más se llora. El amor que se extraña, es el amor que nos destroza. El príncipe ama a su princesa para siempre, pero los cuentos no terminan la historia. Aquella parte que nos da a conocer que tres años después del primer beso, el príncipe se vuelve sapo y ni Dios ni el Diablo logra hacer nada para cambiarlo.
Se ata a nuestras cinturas. Como un chicle bajo el zapato no quiere que te deshagas de él, aunque lo trates como a un trapo.
Pero, peor es cuando realmente nosotros somos los que nos enamoramos, ahí somos los príncipes, somos los sapos. Nos pegamos al piso para enredarnos en sus zapatos.
El amor es un maldito mar de emociones: falsas, absurdas, bonitas y nauseabundas.
El amor nos golpea el pecho, nos da felicidad mientras nos sentimos presos.
Es un vaivén de emociones sin sentido que nos acompaña mientras vivimos
El amor nos mutila, nos hace llorar noche y día. Lo peor de toda esta agonía es que no existe una ley que no los quite de encima.
El amor ente maltratador, lleno de balas de acero que transmiten veneno, por tú culpa somos seres fríos y llenos de miedos. Víktor Lhuis
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